Alguna vez, mientras vas de paseo, ¿has visto a una chica vestida como una real muñeca de porcelana? ¿O te has imaginado que los graffitis que adornan nuestra ciudad pueden ser pintados por mujeres? A Continuación te presentamos dos culturas opuestas dentro de las tribus urbanas que actualmente contribuyen con la diversidad en nuestra sociedad.
Maca HVJM
mhenriquez@todomujeres.cl
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El estereotipo clásico que se tiene de las mujeres ha ido cambiando o adaptándose a las nuevas tendencias que conforman la moda y las diferentes subculturas que nacen con el pasar del tiempo. En un mundo inmerso ante la globalización, la mujer opta por que estilo de vida guiarse sin importar el qué dirán. Rockeras, hipster, raperas, entre otras, conviven junto a un sin fin de tribus urbanas que intentan subsistir dentro de un mundo tan diverso que lucha contra la discriminación.
A continuación presentaremos dos estilos que se contraponen, pero sin perder la esencia de la mujer: en qué consiste el estilo «lolita», versus la historia de una mujer graffitera.

¿Quién no se ha detenido a mirar con curiosidad a aquellas chicas que visten como una muñequita? Se conocen como «lolitas». Es un movimiento socio-cultural que nació en Japón en la década de los 70’s, tras la revolución feminista, con un fin particular: oponerse al modelo tradicional de la mujer japonesa que la rezagaba al lugar de buena esposa y dueña de casa.
Este movimiento toma fuerzas y se expande de manera global después de los 90’s. Ser lolita consiste en rescatar lo más profundo de la feminidad, por eso la apariencia tan detallada inspirada principalmente en la época del Rococó, la época victoriana, incorporando también elementos barrocos.
Camila Araya, de 24 años, es diseñadora gráfica y actualmente reparte su tiempo entre trabajos freelanzer, su faceta de cosplayer y su afición por el lolita style. «Haciendo un trabajo para la u logré dar con este movimiento y me interesé en él. Encontré que era un reencuentro con mi feminidad», comenta Camila. Pero aclara que ella participa a medida que puede, no anda por la vida vestida como muñeca. «Depende de mi estado de ánimo y de las cosas que tengo que hacer», agrega.
La Cami, al igual que la mayoría de las lolitas made in Chile, logran sus look tan detallados y minuciosos exportando prendas y accesorios desde Japón, a través de internet o de chicas que importan productos y los venden a través de las redes sociales y comprando o permutando ropa de segunda mano e interviniéndolas.
La rutina de una lolita no es ajena a la de cualquier grupo de amigas, solo que rescatan el lado más tradicional y por lo general se reúnen a conversar a la hora del te, a dar paseos o simplemente a compartir como cualquier persona.
«Yo tengo una participación pasiva dentro de la comunidad lolita, ayudo en producciones de fotografía, desfiles y otras cosas, pero no soy administradora ni organizadora, acomodo mis horarios y dependiendo de estos veo cuándo puedo participar de las reuniones o actividades», detalla Camila.

Si bien este movimiento nació con el fin de oponerse a una realidad predominante en Japón respecto a la inmovilidad social que tenía la mujer, actualmente se preocupa más de rescatar los elementos utilizados por las mujers que han quedado en el olvido de diferentes movimientos artísticos-culturales, recolectándolos para formar un look sumamente femenino y detallista, inspirado en las mujeres que vestían trajes de época, aquellos frondosos llenos de encajes o vuelos.
En el extremo contrario a las lolitas, que cuidan detalladamente su imagen y actúan como verdaderas damas de época, procurando personificar a una dama del siglo XVIII, encontramos la realidad de Carola, quien hace más de 15 años se internó en el mundo del graffiti.

El graffiti, para muchos considerado como una acto más cercano al vandalismo que al arte, se define como una manifestación, ya sea de arte, de explosión, de crítica, etc, a través de la pintura en las murallas. Se pueden subdividir en diferentes áreas según la forma, el contenido o el contexto. «Mientras sea ilegal se considera graffiti, si es legal se llama muralismo u obra de arte si está en un museo», aclara Carola.
La Caro, conocida como Crols dentro del ambiente graffitero, distribuye su vida de estudiante de prevención de riesgos con la movida del graffiti. Pertenece a a los 21plus, un reconocido grupo de graffiteros porteños que se caracterizan por sus grandes y estudiadas intervenciones al metro de la quinta región.
Carola comenta que si bien la gente tiene la percepción de que este sector es predominantemente machista, en la realidad no es así. «Cuando entras a este mundo no importa tu género, ni tu nombre, ni origen. Sí importa que sepas rayar, que tengai’ ganas y no tener miedo, además de ser adicto a la adrenalina.
«Yo soy de España, y fue en Europa donde tuve mis inicios con el graffiti. Hace más de 15 años. ahora es parte de mi vida, como un oficio», detalla la Caro. Agrega que para ellos, como artistas sub-urbanos, no buscan aceptación en la demás gente, sino que dejar un legado a través del rayado, y les es de poca importancia si a la gente le gusta o no.

«Aquí no existe discriminación por ser mujer, si estay en esta es porque te las podí. Desde afuera se ve como un circuito más de hombres, pero es una falazia referirse al graffiti como un acto machista. Aquí nos tratamos por igual», afirma Carola. «En un principio cuesta la aceptación de la familia porque andas con la ropa fea, toda pintada y a los papás les choca asumir que su hijita tomó estilo de vida diferente al tradicional que cualquier papá espera», detalla.
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